Elena Martín Vivaldi (Granada, 1907)

     Y qué día, hoy sí, qué día más y más piedra

y triste.

¡Me instó tanto la muerte!

Y no puedo. No he podido comprender por qué se muere,

ni he querido adivinar por qué se vive,

para luego volverse irremediablemente nada.

Ni tampoco entiendo ese no-amor (no-vida).

Vivir en soledad de amor: primera muerte.

     Porque la luna sale. Sale y crece. Luna,

la luna llena, alta, sola.

                                      Y decrece.

Pero vuelve, renace, grande y llena,

qué inmensa en su mirada.

     Pero la muerte es muerte. Y nadie explica

por qué, aquí, estoy pensando, escribo, miro

la luna, y otro día, otro día,

todo termine y siga, siga, no estando yo,

siga la vida, y siga recta, ciega en su ritmo.

     Igual la luna, igual amor, el beso, la nostalgia,

igual la voz, el agua, río el viento;

los árboles, la luz. La rama

y amarilla.

                        Nubes, cielo.

Igual la estrella, mundo, labios, aire.

Igual todo, la risa, lluvia, el llanto.

(Y haya quien  diga «fue».

Signo implacable, ausencias, negaciones).

     Sí, qué día más gris,

gris-triste, triste y gris,

desconsoladamente inmenso, negativo.

     Y puede que la luna

-¡ay, esta noche!-

sienta,

mecida en su menguante,

un temblor de recuerdo

inexplicable.

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