Julia Uceda (Sevilla, 1925)
El círculo se expande desde donde nace
la luz. Se va alejando el límite hacia una mayor serenidad.
Nada es preciso ni seguro. No sé
si bajo el agua insiste el agua (¿es el círculo un mar de alguna parte
o de ninguna? Nada es eterno, como siempre). ¿Descansa el mar
sobre un suelo de barcos o prosiguen el agua,
sus habitantes, sus objetos perdidos, hacia lo más hondo?
«Parece que hablas con los muertos», me dicen. No:
ellos ya nada tienen que decir, guardan sus secretos. Hablo,
para dar libertad a lo no dicho. Por eso,
los círculos se alejan hacia más luz, siempre hacia más luz de conocer.
Hablo,
lo intento. Y el anillo se expande y se hace borroso
en su alianza con el fuego del sol. Yo solo voy buscando
palabras e historias no nacidas.
Estoy en el entonces, que decía un poeta, como si entonces fuera
un lugar fiel, una playa tranquila. En ese entonces,
es donde empieza el tiempo. De él no me he movido.
Allí, mi mano ensaya
los signos de ese nuevo alfabeto. La gata,
con su mirada verde, espera, observándome,
indiferente y sabia. Y se echa a dormir
sobre mi bata azul: se siente más segura
cuando huele mi ropa. Lo que busco, ella lo sabe
pero si duerme sobre algo mío, no tiene miedo