Era una tarde corriente
a una hora… ¿qué hora era?
una calle igual que otra
en una ciudad cualquiera.
Tan sólo sé que aquel día
jamás lo voy a olvidar
como no se olvida el agua
y se recuerda la mar.
Vi pasar una muchacha
vestida de primavera,
una larga falda blanca
y un ramito de azucenas
que perfumaban la brisa
de aquella tarde serena
llenándola de gorriones
venidos de la arboleda.
Como un bosque en la colina,
su profunda cabellera
que manaba como un río
reluciente de sirenas.
¿Adónde vas tan deprisa?
¿Llegas tarde a algún lugar?
¿Qué te ocurre? ¿Por qué corres?
Dime a quién vas a buscar.
Al ver la chica callada,
ya no quise preguntar.
Pasaron unos minutos,
lentos fueron de pasar,
cuando, de repente, ella
despacio comenzó a hablar.
-¿No me conoces?
-De nada.
-Pues seguro que me has visto
en tus sueños más benditos,
sueños de la madrugada.
-No te entiendo. ¿Eres un hada?
-Soy algo muy parecido.
Una espinita dorada
en el fondo del destino.
-Tienes carita de novia.
-¡Acertaste!
-¿Es hoy tu boda?
-Por raro que te parezca,
me caso todos los días.
-¿Con quién?
-Con las gentes mías,
con quienes sufren y aman,
con los que curan y sanan,
con quienes persiguen sueños,
con los que dibujan versos,
los solitarios, los tristes,
los pobres y los enfermos.
Esto dijo y se alejó,
pero mientras se alejaba
se despidió con un guiño
murmurando estas palabras:
-¿Aún no me has reconocido?
Soy lo último que se pierde
y mi nombre es Esperanza.