RAQUEL LANSEROS
Una mañana de otoño,
caminando entre las hojas,
paseaba yo disfrutando
de un suculento milhojas.
El rocío matutino
convertía la luz en oro
cuando, tras el arco iris,
hallé el brillo de un tesoro.
Era un cofre reluciente
y repleto de monedas,
doblones viejos de plata
envueltos entre mil sedas.
Pensé en el tiempo olvidado
en que todo aquel dinero
corría de mano en mano
desde marzo hasta febrero.
Vi las siluetas gastadas
de piratas de ojos negros
que cuentan junto a la hoguera
sus leyendas en secreto.
Me agaché para observarlo
y en ese instante, de pronto,
me sorprendió una viejita
con un lamento muy hondo.
No toques el cofre, joven,
si quieres seguir viviendo,
todos los que lo tocaron
nunca más aparecieron.
Son riquezas encantadas
para probar tu codicia
y ver si tu alma está pura
o la habita la avaricia.
Hazme caso, continúa
sin volver la vista atrás,
que si hoy eres desprendido,
mañana te traerá más.
Dicho lo cual, la señora
veloz se desvaneció.
Yo me frotaba los ojos
para entender qué pasó.
El viento frío de noviembre
pronto comenzó a soplar,
decidí que ya era hora
de volverme a encaminar.
Al lado del arco iris
no sé si soñé aquel día
que aquel hada compasiva
con ternura me advertía.
Sólo sé que nunca más
vi aquel cofre en la vereda
y a la puerta de mi casa
apareció una moneda.
Fíate siempre de las hadas
que encuentres en la arboleda.